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lunes, noviembre 13, 2006

Majestad del color instrumental

Por Marc Jean-Bernard:
El maestro Guillermo Figueroa, la Orquesta Sinfónica y el clarinetista Ricardo Morales ofrecieron el pasado viernes en el CBA Luis A. Ferré una velada de excepcional calidad

La más alta poesía del colorido instrumental y de la escritura orquestal, caracterizó en su conjunto el cuarto concierto de abono de la temporada sinfónica el pasado viernes en el Centro de Bellas Artes Luis A. Ferré.

Siguiendo un hilo temático consistente, la velada sinfónica protagonizaba en su primera parte el clarinete suntuoso y terciopelado del reconocido clarinetista puertorriqueño Ricardo Morales con dos estribos mayores de su repertorio, para cerrarse con broche de oro orquestal en la Séptima Sinfonía de Dvorak.

Las interpretaciones de este programa son merecedoras de una grabación discográfica como exposición de la gesta musical en Puerto Rico.

Ovacionado en cada una de sus partes por un público conocedor, dicho acontecimiento solístico y sinfónico acaudillado por la batuta del maestro Guillermo Figueroa hubiese merecido contar con la máxima asistencia que suele honrar los conciertos de semejante envergadura artística. Desde los ecos de la encendida calle antillana poetizada por Palés Matos hasta el intenso melos checo, pasando por el timbre del romanticismo alemán, todo sucedió como si el programa condujese la audiencia por los caminos estéticos del nacionalismo musical, con compositores que sin embargo representaron una potente superación del folclorismo y del mismo concepto ambiguo de nacionalismo musical.

La reina Tembandumba de Jack Delano fue la emblemática obertura de semejante peregrinación musical. El evidente éxito de la interpretación entusiasta e incisiva brindada por la orquesta nos demostró cómo el lenguaje musical de 1966 del polifacético creador, el cual descreía de los plagios obligados del europeismo o del nacionalismo, pasó la prueba del tiempo. El colorido ropaje orquestal de la reina Tembandumba de la Quimbamba, tejido y destejido por una lectura precisa y contrastada, tuvo la justa intensidad rítmica y melódica que requería la transfiguración musical de la Majestad Negra de Palés Matos.

Según una improvista modificación en el orden del programa (cronológicamente y musicalmente adecuada, sin embargo), Ricardo Morales brindó a continuación una impecable interpretación del Concertino para clarinete en mi bemol J. 109/Op. 26 de Carl Maria von Weber, primera instancia de la trinidad concertante dedicada en 1811 al timbre onírico del clarinete por el autor del Freischütz.

El poético virtuosismo de Ricardo Morales se desplegó en una lectura detalladísima de las sucesivas variaciones del tema romántico por antonomasia, embelleciendo los sutiles detalles de ornamentación y fraseo sugeridos por las dos versiones de la partitura. Antes del Allegro final, el centro poético de su interpretación radicó en una ofrenda sosegada del registro grave del clarinete propiciada por Weber en el meditativo Andante del Concertino.

Tras un largo momento de instalación escénica, el maestro Figueroa y el solista ofrecieron una versión elaborada estilísticamente y cómplice del difícil Concierto para clarinete y orquesta del compositor norte americano Aaron Copland (1900-1990).

Slowly and expressively, el primero de los dos movimientos de esta obra comisionada por el clarinetista de jazz Benny Goodman, se abrió con adecuada majestad lejana, donde las insinuaciones de Satie y Debussy fueron nítidamente estampadas por el arpa y el piano. Lejos de enmarcarse en una ilustración americanista dominada por el jazz, la obra ofreció al clarinetista puertorriqueño un espació ideal para lucir sus cualidades de ritmo y de comprensión del estilo melódico, donde los ecos de América del Norte y de América Latina se plasman en una constelación musicalmente autónoma. Tras una cadenza de madura brillantez, el Rather fast final fue magnificado, exceptuando un leve contratiempo, por la lectura orquestal.

En la segunda parte, Guillermo Figueroa, cuya afinidad con el estilo sinfónico de Dvorak es notable, presentó una de sus mejores interpretaciones del compositor checo desde el inicio de su liderazgo como director titular.

Dirigida enteramente de memoria, la Séptima sinfonía simbolizó en sus cuatro movimientos la excelencia de cada una de las secciones de la orquesta, ya distinguidas desde la Obertura de Delano. El gesto arquitectónico del maestro Figueroa, privilegiando como clave de la interpretación general la energía vital o el tenso lirismo del compositor checo en su obra más universal -y no el pathos ruidoso-, fue servido por una orquesta particularmente concentrada, donde sobresalieron la intensidad de línea de los arcos, la rara pureza de las maderas y la gloriosa apoteosis de una sección de vientos metales galvanizada.

Las interpretaciones de este programa son merecedoras de una grabación discográfica como un excepcional testimonio de la gesta musical que se fragua en Puerto Rico.

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